La desindustrialización, es decir, el traslado
de la producción desde Europa a países afro-asiáticos, significa la
transferencia de riquezas de los países europeos hacia otros.
Consecuencia
automática de esta transferencia de riquezas es el empobrecimiento de Europa.
Para que este empobrecimiento -que es la prueba del fracaso de la
globalización- no afecte el nivel de vida de los ciudadanos, el estado recurre
constantemente al aumento de la deuda pública, con el que se pagan los servicios
sociales y el gasto público. Es decir: deslocalización, desindustrialización,
caída de la producción y por tanto caída de ingresos e incapacidad de hacer
frente a los gastos públicos.
Esta
incapacidad se "soluciona" con el aumento de la deuda, y entonces, se
destinarán partidas económicas desviadas de los gastos sociales para hacer
frente al pago del interés de la deuda que llega a ser impagable. La
consecuencia es que los países europeos se convierten esclavos de la banca
internacional. Si Europa quiere minimizar el colapso económico que se avecina,
sólo tiene una opción: recuperar su producción, revertir la deslocalización y
proteger la producción con políticas arancelarias, saliendo del ciclo sin
salida de la globalización mundialista que sólo beneficia la banca internacional.
Así pues, el
gran problema de Europa -y el mundo actual- es la esclavitud y la servidumbre
de la deuda. Los políticos del sistema no lo denuncian, porque sus partidos,
sus gobiernos y muchas veces ellos mismos, están en deuda con la banca.
Este es
el mecanismo que hay que romper para ser realmente libres.
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