Hace unos
seis meses que la revuelta de la plaza de Maidán en Kiev, dio
comienzo a una crisis en Ucrania, que lejos de haberse solucionado,
se agrava y se prolonga en el tiempo, con el peligro de convertirse
en una situación enquistada, que provoque inestabilidad crónica en
esa zona crítica de Europa: quizás sea precisamente por esto, por
lo que nadie parece interesado en terminar con las revueltas, hoy
convertidas en conflicto pre-bélico.
Desde el
inicio de los acontecimientos, venimos leyendo análisis que
generalmente pecan de superficiales, reduciendo las complejas
cuestiones que se dirimen en Ucrania a una simplista cuestión de
“separatismos”, “unionismos” y “nacionalismos”
(ucraniano frente a Rusia, o pro-ruso frente a Ucrania) y llegando a
unas conclusiones siempre desde la perspectiva local e interesada,
jugando con las ideas a las que remiten estos términos en la
posición del analista –y no en la realidad del conflicto-; las
frases: “Ucrania no es Cataluña” o “Ucrania sí es Cataluña”
o “Rusia no es España” o “Crimea no es Cataluña”, dan
muestras de lo miope de las posiciones y de la ausencia de un
análisis real de la crisis ucraniana –y continental- sobre la que
nadie ha querido o no ha sabido entrar en profundidad.
El juego
real
En Ucrania
se está jugando la partida de la estabilidad continental, el
control de Estados Unidos, la posibilidad o no de que Europa
occidental gane autonomía política y estratégica, y la repetición
o no de la situación creada en Yalta frente a la alternativa de la
creación y consolidación de un eje euro-ruso.
El escenario
real es éste:
Se trata de
un juego a tres bandas: Estados Unidos, Rusia y Alemania (que intenta
que su posición sea unánime en la UE, algo que no logra conseguir).
Rusia y
Alemania, que estarían de acuerdo en una Ucrania independiente,
íntegra territorialmente (con el reconocimiento para una amplia
autonomía de las minorías rusas) y neutral –es decir fuera de la
OTAN– que sirviera de puente entre Europa occidental y Moscú.
Estados
Unidos que busca la inestabilidad en esta zona para impedir esta
posibilidad, actuando de forma manipuladora sobre el nacionalismo
ucraniano –entre otras cosas– y que busca una Ucrania no sólo
integrada en la UE, sino parte de la OTAN, con lo que se asegura la
presencia militar en la frontera con Rusia, y eleva la sumisión y
dependencia de la UE hacia la OTAN.
Sin embargo
–como siempre ocurre– el esquema no es tan sencillo, tanto
Alemania/UE, como Rusia, tienen contradicciones y tensiones internas
que dificultan este entendimiento Berlín- Moscú.
Alemania no
logra unificar la postura de la UE, de hecho Reino Unido comparte la
estrategia norteamericana, y desde la llegada al poder de Sarkozy
y hoy con Hollande, Francia ha dejado de apostar por una
política autónoma en clave europea, para ser cada vez más una
correa de transmisión de los intereses del Pentágono.
Tampoco en
Rusia las posiciones son uniformes, desde 2011 observamos una tensión
interna, con el aumento de influencia de una corriente que podríamos
llamar “neosoviética”, que tiende a perpetuar la situación
generada en Yalta: es decir reparto del continente europeo con EEUU
y, por lo tanto, la reducción de Europa a la sumisión política a
ambas potencias.
Referéndums
y minorías rusas
El pasado 15
de marzo, viajé a Crimea junto a varios líderes del FPÖ, FN, VB,
entre ellos Johann Gudenus, vice-presidente del FPÖ, Aymerich
Chauprade, eurodiputado del FN, Franz Cleyermans,
parlamentario del VB y otros eurodiputados polacos, italianos,
letones y griegos, como observador internacional del referéndum que
se celebraba en Crimea. La mayoría rusa de la región lo había
convocado para volver a formar parte de Rusia y no seguir siendo una
región de una Ucrania cada vez más hostil con la población rusa y
cada vez más enfrentada con Moscú. Este referéndum dio una mayoría
clara a favor de la reintegración a Rusia, terminando así con la
anomalía generada por el dirigente soviético, el ucraniano, Nikita
Kruschev, que en 1954 como muestra de “desestalinización”,
“premió” (?) a Ucrania concediéndole varios territorios rusos:
como siempre el comunismo, ignorando las realidades etno-culturales,
las consecuencias ya las conocemos todos.
Semanas
después otras regiones rusas bajo soberanía ucraniana
(autoproclamadas Nueva Rusia), por obra y capricho de Kruschev,
se revelaban contra Kiev y organizaban también consultas para unirse
a Rusia. Si esta vez los resultados también han sido claros, ha
variado el clima político: la respuesta de Kiev ha sido movilizar el
ejército para ocupar esos territorios, con la aparente tolerancia de
Moscú, que quizás piensa en sacrificar la voluntad política de
esos compatriotas suyos, en aras a intentar o bien un diálogo con
Alemania (lógica euro-rusa), o bien una alianza con el nuevo
gobierno de Kiev (lógica de Yalta).
Elecciones
en Ucrania: revolución naranja en diferido
Si el
referéndum de Crimea, fue el segundo elemento de la crisis
ucraniana, el primero fue la revuelta de la plaza Maidán contra el
gobierno de Viktor Yanukovich.
Este fin de
semana se han celebrado elecciones en Ucrania para cubrir el “vacío
legal” generado tras la huida de Yanukovich y escoger
“gobierno legítimo”, la victoria ha sido para el magnate
oligarca, Petor Poroshenko; Vital Klitschko, su aliado,
alcalde de Kiev y excampeón mundial de boxeo, ha dicho que su primer
objetivo será desmantelar las barricadas de la plaza Miadán porque
“ya han cumplido su función”, efectivamente, sin saberlo ni
quererlo, las movilizaciones y duros sacrificios personales de los
miembros de Svodoba y de Pravy Sektor, han servido para llevar a Kiev
a un oligarca que pondrá a Ucrania a los pies del Mundialismo y el
FMI y que -con su aproximación a la misma- contribuirá a una UE
más sumisa a los Estados Unidos y más alejada de Rusia. Una jugada
equivocada.
Al final, la
llamada “revolución naranja” ideada y financiada por el
especulador George Soros, ha triunfado, en su segundo intento.
La vía
de solución: reforzar el eje euro-ruso.
La elección
presidencial en Ucrania abre una nueva fase del conflicto. Por un
lado, el papel del presidente Poroshenko, será el de la
sumisión a la estrategia norteamericana de expansión de la
influencia en la zona y acercamiento a la UE, entendida como
prolongación norteamericana. Alemania y su canciller Merkel,
intentará evitar un posicionamiento anti-ruso de la UE y la adopción
de medidas sancionadoras a Moscú, porque sabe que la primera víctima
de las mismas, es la propia Alemania, que quedaría tocada en
materias de aprovisionamiento energético y perdería el importante
mercado ruso.
Queda por
ver si Rusia apuesta por la estratégica neosoviética -que pasa por
un entendimiento tácito, pactando zonas de influencia con Estados
Unidos- o por acercarse a Berlín y fortalecer el eje Rusia-Alemania
/UE. Esperemos que en el Kremlin, se imponga esta segunda opción, el
acercamiento euro-ruso no sólo beneficia a Moscú, también es la
garantía de una independencia económica y política de una Europa
que ha de dejar definitivamente de ser un mandato de los Estados
Unidos.
Enric Ravello Barber.
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