dissabte, 9 d’octubre del 2021

JOSÉ MANUEL INFIESTA: IN MEMORIAM.


 

Camarada de CEDADE, enamorado de la belleza, sensible, cordial, cercano, siempre dispuesto  a ayudar a los amigos, defensor del verdadero arte, elegante, culto. Si tengo que definir con una palabra a José María Infiesta sería: exquisito.

Brillante arquitecto, el alto sentido estético de sus construcciones pueden verse en su magnífico libro: “Una arquitectura entre dos siglos”, que él me regalara hace años en uno de nuestros encuentros.

José Manuel Infiesta, con ese espíritu de hombre renacentista que siempre tuvo, abrió en Barcelona el Museu Europeu d´Art Modern (MEMA), uno de sus objetivos siempre fue la promoción de nuevos artistas figurativos, hoy ignorados y apartados por la presión del “arte degenerado” oficial. Vistamos su museo varias veces con políticos europeos que venían a Barcelona, José Manuel siempre nos guiaba las visitas y les explicaba con entusiasmo las obras y exposiciones de su museo. En estas visitas siempre coincidía que el interés principal se centraba en las esculturas de Arno Breker y en el cuadro de Martí Teixidor “Dresden”, una desgarradora pintura sobre el criminal bombardero aliado a esta ciudad alemana, como alegoría del sufrimiento y la división de Alemania y de Europa. Recuerdo en concreto una visita con Filip Dewinter, en la que José Manuel nos invitó a asistir a un concierto de música clásica que se celebraba en una sala de su museo, brindamos con una excelente cava catalán, así era él, siempre exquisito. Posteriormente Dewinter e Infiesta compartieron una larga conversación sobre arte japonés.

Pero para mí Infiesta siempre estará ligado a un recuerdo, que hoy precisamente se hace más presente. José Manuel abrió una editorial “Nuevo Arte Thor”, donde publicó libros de lectura imprescindible. En ese mismo sello publicó uno escrito por él “Cuentos Reales. Oficio de Semana Santa”, lo leí una Semana Santa de hará más o menos treintaicincos años. En uno de esos cuentos narra la muerte en accidente de montaña de su gran amigo y camarada Bartomeu Puiggrós, y dice:

“No era momento de lloros, mi corazón sentía una profunda pena y en cambio –o quizás incluso animada por el dolor- mi sensibilidad estaba despierta y sentía profundamente, plenamente, con una intensidad extraña, que en cierta forma tenía algo que ver con un extraño gozo de ser, gozo de vivir y gozo también de morir. Miraba el rostro del amigo que había querido más que a muchos de mis propios familiares, ya seco y frío, y esa visión me hacía sentir el mundo entero, muerte incluida como mío

(…)

La misma muerte que se llevaba a mi primer amigo en su mejor edad no era algo lejano y remoto, no era ni mucho menos un enemigo exterior con el que habíamos luchado y que nos había vencido, ni era un ser odioso que nos humillase: la era nosotros mismos”.

Y unas líneas más abajo aparece la frase que más me impactó:

“Sentía su alma, sentía su sensibilidad, le sentía a él mismo, allí en su presencia, como si estuviera vivo. Por unos instantes, le envidié el que él conociera lo que había después, y le eché en cara el que no quisiera decírmelo”.

Esa reflexión aparece en mi pensamiento con regularidad desde que la leí hace ya tantos años.

Ahora José Manuel ya conoce lo que hay después, no quedan secretos sin compartir con su amigo Bartomeu. Mientras tanto nosotros, seguimos esperando a este otro lado de la muerte, aguardando el momento de desvelar ese gran secreto. Hasta entonces, buen viaje José Manuel.

Con cariño y agradecimiento.

ER.

 

 

 

 

 

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