Barrio que antes fuera grandioso y que hoy lo habitan recuerdos y nostalgias.
Barrio de un ayer que se fue a otro lugar de la ciudad pero del que nunca partieron la poesía ni la añoranza.
Barrio de criollos blancos que aún nos hablan en las viejas cartas que se venden en los anticuarios.
Barrio de tardes melancólicas y de paseos solitarios.
Barrio de largos diálogos con uno mismo mirando escaparates llenos de muebles antiguos, de bastones y de gramófonos que tocaban las músicas de otro tiempo y de otro mundo.
Barrio que tanto amo, de un amor que es mutuo, sincero, eterno y desinteresado, que San Telmo me guarda para dármelo cada vez que le devuelvo la visita pactada.
Barrio de
tardes que nunca quieren terminar, porque la noche nos tiene que seperar.
Barrio que siempre espera y al que siempre volveré.
Barrio que descubrí, sin saberlo, guiado por los que me precedieron en esa fascinante pasión por Argentina, sentida y vivida en primer persona.
Barrio donde cada palabra y cada nota son tango y milionga. Ese Tango que Juan Pablo Vitali definió como “la música de la nostalgia europea en el exilio”. Él ya me acompañará siempre en mis paseos por el Barrio de San Telmo, porque San Telmo, Buenos Aires y Argentina, solo se pueden entender y vivir a través de su poesía.
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