En el ambiente ideológico
denominado “idenitatirio” o “nacionalista” general he visto dos tipos de
afirmaciones respecto a las consecuencias del coronavirus.
Unos afirman que es
parte de un complot mundialista y que nos llevará a un recorte total de
libertades y a un control casi absoluto por parte de un Gobierno mundial.
Otros mantienen lo
contrario, señalando que el coronavirus no es más que la consecuencia de la
globalización y, por lo tanto, indica el comienzo del fin de la misma. Según
esta tesis el coronavirus provocará una reacción “soberanista”, el
debilitamiento y la destrucción de las instituciones globales y la recuperación
política de los estados (según unos) o de grandes espacios regionales
autosuficientes (Europa o Sudamérica serán ejemplos concretos).
Los defensores de cada
una de estas tesis ofrecen datos y razonamiento que, en los dos casos, son
ciertos y acertados.
Lo que me permito
señalar es que ambas tesis son verdades en el sentido que marcan dos tendencias
reales que existen y son dialécticamente contradictorias entre ellas. Lo que
ocurrirá, como siempre ocurre en la Historia es una enfrentamiento dialéctico
entre las dos tendencias que. El post-coronavirus no será, ni en un sentido ni
en otro, una situación concreta y estable, sino una lucha dialéctica en la que
–también como siempre en la Historia- ganará el que aunque una mayor cantidad
de determinación y voluntad de poder.
La historia, entendida
siempre como “polemos”, seguirá, y no podemos renunciar a ser sus
protagonistas, es decir a asumir ese “polemos” y luchar por imponer nuestra
voluntad.
Fukuyama no acabó con
la Historia, tampoco lo hará el coronavirus
Porque la Historia es
una interminable lucha de voluntades.
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