La Eurocopa de fútbol de 2016 ha terminado, durante estos
días hemos visto a las mejores selecciones de nuestro continente, y para muchos
ha sido más llamativo que en anteriores ocasiones el número de jugadores
“no-europeos” presentes en los diversos combinados nacionales, son ya pocas las
selecciones que juegan con equipos enteramente autóctonos. Circunstancia que también provoca crecientes
reacciones políticas, del ya famoso “este selección no me representa ni a mí ni
a Francia” de Jean Marie Le Pen hace
años, a las recientes declaraciones de la política alemana Beatrix von Storch (AfD) pidiendo que se vuelva a una verdadera
“selección nacional alemana”.
En este contexto, no es de extrañar que haya sido una de
ellas –Islandia- la que ha despertado
más simpatías entre el público europeo. Su saludo vikingo nos ha hecho recordad
a viejas y ancestrales formas de la civilización europea.
Francia, que finalmente ha sido subcampeona, es quizás el
paradigma de lo que estamos diciendo. La selección que hace tiempos e dio en llamó “blanca-marrón-negra”
como ejemplo del “multiculturalismo integrador”, es ya la selección negra con alguna mancha
blanca, como la de su goleador Antonie Griezmann
al que algunos puristas del multiculturalismo, han acusado de llevar un peina
de “épocas oscuras”.
Caso diferentes es la selección francesa de rugby. Ya en los 80 cuando empezó la “mutación“ de la selección francesa de futbol, la de rugby seguía siendo “gala” y mantenía una casi unanimidad de jugadores europeos, con la sola excepción de su brillante zaguero Serge Blanco hijo de un venezolano y una vasca-francesa. Y así se mantuvo durante años, con alguna incorporación de hijos de inmigrantes pero con un aspecto visual europeo; así era la selección francesa que llegó a la final en 2011 contra Nueva Zelanda y que sólo perdió por un ajustadísimo 8 a 7. Sin embargo la llegada de Philippe Sant-André al cargo de seleccionador nacional cambió las cosas también en el rugby francés, el reglamento de la IRB (Federación Internacional de Rugby) permitía que cualquier jugador que estuviese más de 3 años en un país podría jugar en la selección, la Liga de rugby francesa está llena de jugadores no-europeos, con lo que éstos empezaron a llegar a la selección de forma masiva. Sant-André fue muy criticado por la afición francesa que veía como “le bleus” eran cada vez menos franceses, sus fracasos deportivos aumentaron estas crítica, durante su periodo el frente del XV del Gallo (2011-16), Francia no logró ganar nunca las VI Naciones y en 2013 tuvo el triste honor de ganar la “cuchara de madera”, trofeo que se otorga a la selección que pierde todos los partidos de este clásico torneo.
Guy Novès le sustituyó en el banquillo, pero el cambio importante ha llegado hace pocos meses cuando Bernard Laporte, ha llegado a la presidencia del rugby francés, sus declaraciones no dejan lugar a dudas: ““Si soy elegido presidente, no utilizaré el reglamento de la IRB que permite seleccionar en el equipo de Francia a jugadores extranjeros que hayan permanecido en el país tres años. No quiero más que jugadores franceses”, la aplicación de esta medida ha tenido efectos inmediatos y la selección francesa ha recuperado parte de su aspecto “galo” de los años 80, aunque esta medida no afecte a los jugadores extra-europeos ya nacionalizados, que en rugby son mucho menos numerosos que en fútbol. Lo que también parece haber recuperado Francia es su nivel de juego, en su primer encuentro internacional tras la aplicación de esta medida, los “Bleus” derrotaron a los “Pumas” argentinos –una selección de altísimo nivel- por 0-27 en la ciudad de Tucumán.
Esperemos que este tipo de decisiones se hagan cada vez más
frecuentes en el deporte europeo. No queremos ver otro final de la “Eurocopa”
en la que los europeos autóctonos sean una ínfima minoría, ¿alguien se imagina
un Botswana-Nigera con jugadores blancos?
Enric Ravello Barber.
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