«Era un hombre alto, bien plantado, bastante delgado (…) de mirada majestuosa y graciosa cuando quería, severa y cruel si no; con un vicio que, aún no siendo frecuente, le cambiaba los ojos y toda la fisonomía, causando una impresión aterradora (…). Bebía y comía de manera increíble dos veces al día, sin contar con toda la cerveza y otras bebidas que tomaba entre aquellas comidas (…) Se hizo admirar por su enorme curiosidad, dirigida siempre a planes de gobierno, comercio, educación, policía; curiosidad que alcanzaba a todo y no desdeñaba nada, cuyos menores rasgos tenían una utilidad acentuada, sabia y que sólo estimaba lo realmente valioso (…) Su familiaridad tenía origen en la libertad, lo que hacía de sus modales prontos y que no le gustase que le forzasen o le llevasen la contraria». Así le describía, con todos los prejuicios y también la sabiduría propia de su época, el socialista utópico Saint-Simon.
El que iba a ser Pedro I el grande nació en Moscú, hijo del segundo matrimonio del zar Alexis I. Niño robusto que se convirtió en un hombre fuerte, al que le leyenda le atribuye haber matado a puñetazos a un oso. Fue un hijo muy esperado y querido por su padre y por su madre, Natalia Narisjikina. A la muerte de su padre, él y su madre se trasladaron a la fortaleza del Kremlin, donde murió su querido hermano Fiodor III. Fue en ese mismo año cuando los strelitz impusieron la regencia de su hermanastra Sofía, hija de la primera esposa de su madre. Adolescente independiente frecuentaba durante esos primeros años de su vida el barrio alemán de Moscú, que le impresionaba por su orden, constatando, con cierto pesar, la diferencia con el resto de la capital rusa, ahí nació cierta germanofilia y una inequívoca admiración hacia lo que venía de Europa occidental, entre sus amistades destacaban escoceses, suizos y, especialmente, holandeses residentes en Moscú. Desde su adolescencia se manifestó como una persona pragmática e intelectualmente inquieta, y apenas iniciada su juventud, el futuro Pedro I se persuade de su misión de sacar a Rusia del letargo y el aislamiento prolongado desde la conquista mongola, también se persuade de la dificultad geográfica de su Rusia, y pone la mirada en dos objetivos: el mar Negro y el mar Báltico, para acceder a ellos sólo encuentra un camino: la guerra.
Las primeras dotes organizativas las demostrará durante el reinado de su hermanastra Sofía, cuando se dedica –sin la oposición de la zarina– a reclutar regimientos de soldados como guardia personal, pronto esos regimientos se convertirán en la elite militar rusa. En 1689 se apoya en los mismos –fieles a su persona– para derrocar a su hermana Sofía y dejar el gobierno a su madre, Natalia, quien no tenía ni pretensiones ni aptitudes políticas. De hecho, el poder real fue ejercido por la oligarquía boyarda, muy influida por el reaccionario y xenófobo patriarca Ioakim, fueron años de reacción contra todo lo extranjero y sus posibles influencias. Su madre Natalia, a la que Pedro amaba profundamente, murió en 1694, dos años después, en 1696, también fallecería su querido hermano Iván IV, con el que había actuado como co-zar desde la desaparición de su madre. Es así como en 1696 Pedro I se convierte en el nuevo zar de todas las Rusias.
La herencia recibida
La política de Iván el Terrible (1533-1584) y el sucesivo «periodo de los desórdenes», provocó el desabastecimiento y despoblación de amplias zonas de Rusia. Por ello a los terratenientes les era difícil hallar mano de obra para trabajar sus tierras. La consecuencia fue prohibir a los campesinos que abandonaran sus pueblos. Por otro lado, el gobierno zarista de los Romanov siguió con la tradición moscovita de extender su autoridad: se intentó conquistar Bielorrusia y el reino de Lituania-Polonia, fue en el transcurso de esta lucha cuando se decidió aceptar el mando supremo de los cosacos del Don-Dniéper, al revelarse contra sus señores otomanos, lo que tuvo como consecuencia un enfrentamiento, constante desde ese momento, con el Imperio otomano y los vasallos del Sultán: los janes tártaros de Crimea. También durante los siglos XVI-XVII los comerciantes, aventureros, militares y funcionarios rusos extienden la autoridad rusa a través de toda Siberia hasta el río Amur y la costa pacífica, lo que necesita de grandes obligaciones militares y las consecuentes cargas administrativas. Al conjugarse la escasez de mano de obra agrícola con las cargas militares, la monarquía zarista necesitaba el apoyo de la nobleza, lo contrario hubiera quebrado la capacidad militar rusa. Para mantener este apoyo la monarquía se vio obligada a aceptar, entender y sistematizar la servidumbre entre el campesinado. Todo ellos dentro de un marco general en el que la economía rusa crecía muy poco y en el que los reducidos excedentes económicos eran rápidamente absorbidos por los gastos militares y administrativos.
En este periodo fueron inevitables las tensiones y rebeliones sociales que abarcaron extensas zonas de Rusia. Al contrario que las rebeliones de campesinos en Europa occidental, las rusas no se apoyaron en las autonomías regionales ni en las clases dirigentes locales, ya que tales realidades no existían en Rusia. El gobierno central acabó con esas revueltas mandando una cantidad suficiente de tropas; todos los órganos del gobierno ruso estaban interesados en mantener la autoridad central del zar. Éstos fueron los inicios de un régimen absolutista y burocrático que empezó a funcionar de forma independiente a la autoridad y personalidad del zar.
Boris Gudonov, fue el zar de todas las Rusias entre 1598 y 1605, miembro de una familia de la pequeña nobleza de origen tártaro, llegó al trono porque su cuñado, Fiador I dejó que gobernara, decisión que fue confirmada en 1598 por el Zemski Sobor. Buen administrador, dio a una Rusia arruinada por el reinado de Iván IV, un periodo de cierta prosperidad. Pero las hambres de finales de su reinado y la aparición del «falso Demeterio», desencadenaron el llamado «periodo de las revueltas». Su vida inspiró el famoso drama musical por el que ha pasado a convertirse en un personaje popularmente conocido –aunque sólo sea de nombre–.
Miguel Romanov[1] fue proclamado zar en 1613, después de un largo periodo de disturbios en Rusia. Durante su gobierno se dedicó a la pacificación interna y a la defensa externa del Estado, ayudado por su padre, el monje Hedor, que será elegido patriarca de Moscú, con el nombre de Filaretes y que se revela como un hombre de Estado autoritario y clarividente. Al contar con el apoyo del Zemski Sobor (asamblea representativa), a la que sabe manejar, Filaretes reprime los abusos de los vivodas (gobernadores de las provincias), pone en orden a la hacienda pública, manda levantar un catastro general, aumenta los efectivos de los streltsi (tropas del zar), estimula la actividad económica y fortalece la jerarquía de la iglesia ortodoxa.
A su muerte le sucede su hijo –y padre de Pedro I−, Alexis (1645-1676), culto y de espíritu abierto, fue uno de los mayores gobernantes rusos. Intentó promover importantes reformas. El Código de 1649 fortalece los poderes del soberano en perjuicio del Zemski Sobor (que no volverá a convocarse hasta 1653), organiza una administración muy centralizada rematada por un conjunto de prozakes (ministerios), dirigidos por nobles boyardos; define derechos, y, sobre todo, los deberes de las diferentes clases sociales, consagrando la vinculación de los campesinos a la tierra. En 1667, a raíz de una guerra de trece años con Polonia, toda la Ucrania al este del Dniéper, incluyendo Kiev, se hace rusa. En el lejano Este, prosigue la exploración y ocupación de Siberia; en 1649 se llega al Pacífico y se funda Ojotsk; ciudades, fortalezas y campos cultivados empiezan a jalonar los cursos del agua. Pero los intentos de organizar Rusia en un Estado centralizado, el aumento de los impuesto y el creciente proceso de avasallamiento de los campesinos, provocan levantamientos populares: en 1648, en Moscú y en 1650, en Novgorod; el más peligroso fue el de los cosacos del Don encabezado por Stenka Razine; el movimiento no va contra el propio zar, sino contra sus funcionarios y los propietarios nobles, se extendió rápidamente, afectando a la mayor parte de Rusia, hasta que Razine fue apresado y ejecutado en Moscú (1671).
La gran embajada.
En 1696 la Gran Embajada rusa inicia su viaje por la Europa central y occidental, entre sus 250 integrantes, está un tal Piotr Mijailov, es el pseudónimo con el que viajará Pedro el Grande, quien revele su identidad lo pagará con la muerte. Durante su ausencia de Moscú, un triunvirato ejercerá el control, aunque el poder real quedará en manos de Fiador Romodanovski, gobernador de Moscú y jefe de la primera policía secreta.
La Gran Embajada ni fue, como se suele creer, una misión con el propósito básico de hallar hechos, o el equivalente ruso del Gran Tour. Tenía un interés concreto y específico: despertará el interés de las naciones occidentales para formar una alianza contra los turcos que permitiera a Rusia ganar terreno en el mar de Azov. Objetivo que, una vez más por las diputas internas entre los Estados europeos, no llegó a realizarse.
El hecho de viajar de forma anónima, pero, a la vez, ser su presencia un secreto a voces, provocaba cierta incomodidad protocolaria en los países donde viajaba, al no saber sus autoridades cómo tratarlo exactamente.
Así dice la leyenda que fue durante una de sus visitas de incógnito a algún puerto del mar del Norte, cuando decidió tomar para Rusia los colores del pabellón de aquellos barcos: rojo-blanco-azul, quizás sea sólo un mito. Lo cierto es que cambiados de orden y con un significado diferente:
Blanco: nobleza, franqueza.
Azul celeste: lealtad, honestidad.
Rojo: coraje, autosacrificio, generosidad y amor.
Tras su viaje por Europa y, concretamente, a partir de 1667, cuando esa bandera empieza a emplearse como la propio de Rusia. Es también la bandera que hoy es la oficial rusa. En realidad estuvo siempre vigente desde la época de Pedro el Grande, y fue reconocida oficialmente en mayo de 1883, precisamente porque otra: negra-naranja/amarilla/blanca[2] fue utilizada entre 1858-1883 por influencia de consejeros alemanes en Moscú, y que no tuvo mucha aceptación popular, quitando este breve periodo y la época soviética, podemos decir que la bandera blanca/azul/roja ha sido la utilizada y querida por los rusos como propia.
Las reformas y la gran guerra del Norte.
Durante la Gran Embajada (1696-1698), Pedro el Grande, verdadero coloso de fuerza física y aficionado a los trabajos manuales, visitó ciudades y fábricas, fue obrero en los talleres de construcción naval de Ámsterdam y en todas partes quiso «ser un alumno». En ocasiones, él mismo revelaba su identidad para entrevistarse con los soberanos o para enviar a Rusia colaboradores técnicos. Partiendo de Prusia, visitó Hannover, los Países Bajos, Inglaterra, volviendo a través de Sajonia y Austria. Regresó a Moscú en el momento oportuno para castigar sin piedad a los participantes en una revuelta tradicionalista capitaneada por los regimientos de la vieja guardia (strélitz)
Después de su viaje a Europa occidental y ya ejerciendo como zar publicó una serie de usases (decretos), que buscaban «europeizar» a sus súbditos, cambiando su manera de vivir y pensar. Hizo afeitarse las barbas, que tenían un profundo y mítico simbolismo; prohibió el pelo largo hasta los hombros; hizo acortar los trajes, obligando usar vestidos «según el modelo alemán o húngaro»; introdujo el calendario juliano; obligó a las mujeres a salir del terem −habitación donde estaban prácticamente enclaustradas− e introdujo la vida social en las asambleas. Para «disciplinar» a los boyardos, asimiló nobleza y servicio al Estado: todos los nobles quedaron obligados a entrar en el ejército o en la administración; en 1722 publicó el Cuaderno de los rangos, introduciendo en la nobleza una jerarquía basada no en el nacimiento, sino en la importancia de las funciones ejercidas, «el honor que debe dárseme, consiste en arrastrarse manes ante mí, y en servirnos, a mí y al Estado, con más celo». Se desarrolló la educación, con libros extranjeros traducidos, aunque fue una educación de carácter puramente utilitario, la dvorianstvo era la nueva nobleza de servicio: la nobleza era el resultado del servicio y sin éste no podía adquirirse ni mantenerse, el rango proporcionaba nivel social, y no al contrario, como en los demás países europeos. A cambio Pedro I tuvo que hacer concesiones a la vieja nobleza: toleró que aumentase y extendiese la servidumbre, que, en el fondo, facilitaba la recaudación de impuestos y el reclutamiento de soldados. Por otro lado, los cosacos, a los que apaciguó con la concesión anual de vestidos y municiones procedentes de Moscú, actuaron como hombres de la frontera y como fuerzas de policía, generalmente, aunque no siempre, fieles al zar.
Los éxitos militares de Pedro el Grande en la gran guerra del Norte (1700-1721) se debieron a la modernización del ejército ruso al estilo occidental, dotado de equipamiento y conocimiento tácticos actualizados, entrenado, uniformado y equipado. Esto se consiguió por medio de una revolución social limitada en la que se crearon un cuerpo de oficiales y una burocracia encargada de la leva y de la recaudación de impuestos a partir de una nobleza antigua y, a falta de término más adecuado, de una gentry y de plebeyos capaces en una parte mucho menor.
El historiador ruso, Kliuchevski, afirma que «Pedro descubrió los Urales», y, es efectivamente durante su reinado, cuando una constante afluencia de campesinos que escapaban de la Rusia central constituyó una fuente de trabajo idónea, para las fundiciones, donde se fundía hierro y cobre con el carbón procedente de los bosques: pronto esos campesinos fueron organizados en un trabajo más sistematizado, y en esta época, los Urales, con su centro de Ekaterimburgo, se convirtieron en una fuete de fabricación de fusiles, campanas y monedas de cobre. Zona de vital interés para la economía rusa.
En cuanto a la iglesia, Pedro el Grande, vigiló mucho los monasterios, gravó sus ingresos y redujo su número. Se las ingenió para tener a la iglesia bajo su control. A la muerte del patriarca de Moscú, impidió el nombramiento de sucesor, y lo sustituyó por un colegio eclesiástico, el Santo Sínodo, en el que el propio zar estaba representado por un funcionario laico. Reforzando el carácter religioso de la monarquía rusa.
En el terreno político, imitó a las potencias absolutas. Organizó el gobierno según el modelo sueco: un senado de 9 miembros, luego 20, sustituyó a la antigua Duma de los boyardos. El imperio quedó dividido en doce grandes gobernaciones, agrupando cada una de ellas, varias provincias o voievodias, con amplios poderes para sus gobernantes. Creó una policía secreta, la Cancillería. E impuso nuevos impuestos, la mayoría inspirados en los usuales en Europa, que permitió que los recursos de la monarquía pasasen de 3 a más de 10 millones de rublos entre 1710 y 1725.
Es necesario recordar que es durante el reinado de Pedro el Grande, cuando Rusia se convierte en potencia militar europea. La segunda parte del siglo XVII viene caracterizada por la expansión del poder sueco y su hegemonía en el Báltico. La llegada de 1700 supone el ascenso al trono de Estocolmo de un joven Carlos XII, y también el inicio de las nefasta Guerra de Sucesión en España, escenario al que se trasladarán las tensiones internas políticas de toda Europa. Ambas circunstancias son aprovechadas por los vecinos de Suecia para terminar con su expansión báltica: Dinamarca, Rusia y Sajonia-Polonia[3], formaron una coalición. Carlos XII consiguió importantes victorias sobre todos ellos obligándoles a capitular. A todos, excepto a Rusia. El rey sueco decidió marchar sobre Moscú, pero la constante histórica volvió a actuar y fue vencido por el clima, el territorio, y de forma definitiva en la batalla de Poltava (1709) por un ejército ruso reorganizado bajo el mando de Pedro I. En la consecuente Paz de Ntstad (1721) Rusia, fue la gran beneficiada del nuevo reparto de la zona, obtuvo Livonia[4], Estonia e Ingria[5], haciendo realidad su vieja ambición de tener una amplia línea costera en el Báltico, y, por primera vez se convirtió en una potencia militar con la que todos los gobiernos europeos deberían contar en adelante.
San Petersburgo: el paraíso en el Báltico.
«San Petersburgo es esencialmente un desafío. Un desafío bicéfalo, a semejanza del águila de dos cabezas», así la define Vladimir Volkoff, el escritor francés de origen ruso, recientemente fallecido y al que queremos hacer una mención especial.
El primer desafío lo es para la monarquía. San Petersburgo nace ex novo en 1703 de la sola voluntad del zar Pedro el Grande. Con una voluntad también doble: por un lado, crear un nuevo centro de poder alejado de Moscú, que encarnara la voluntad de «europeización» de Pedro I; por otro un desafío a las potencias vecinas, espacialmente a los suecos, que, durante años había tratado de impedir el acceso ruso al Báltico. También un desafío a la propia naturaleza, pues las marismas del Golfo de Finlandia, no son el lugar más apropiado para una empresa de esa envergadura. En definitiva, un desafío lanzado por el zar a su pueblo y su destino, que nos fue ajeno de críticas y rechazos, entre ellos el del propio Dostoievski.
El nombre elegido, Sankt Peterburg, es prácticamente impronunciable en ruso, y los rusos rápidamente la rebautizaron como Piter.
Este desafío lanzado por el monarca se vio completado por otros «gestos simbólicos»: el zar ortodoxo dio la espalda a la capital de la ortodoxia (Moscú), adopta el título extranjero de Imperator, manda abolir el patriarcado tradicional, se convierte en jefe de su propia iglesia, y proyecta todas estas innovaciones sobre la ciudad ideada por él: San Petersburgo.
El segundo desafío al edificar la ciudad del Neva es hacerlo como ciudad «europea». Pedro el Grande fue en realidad el último soberano ruso heredero de los Romanov por descendencia masculina, los sucesivos serán, de hecho, los Holstein, es decir una dinastía alemana. Pero también los ancestros de los Romanov eran germánicos: suecos y germano-prusianos.
La construcción de San Pertersburgo fue encargada a dos arquitectos llamados Rastrelli y Montferrand. La marina de guerra rusa se creó a imitación de la inglesa y la holandesa. A finales del siglo XVIII, la aristocracia rusa hablaba francés mejor que ruso, San Petersburgo era el símbolo de esta vocación europeísta de Rusia, es ahí donde un europeo occidental comprendía rápidamente que Rusia es un país similar al resto de Europa, aunque nunca debe olvidar que la frontera este de Rusia se sitúa en el océano Pacífico.
En 1712, el zar decreta que ciudad por él ideada y fundada pase a ser la capital del Imperio ruso, año en el que Pedro I contraerá matrimonio, también en San Petersburgo con una bella campesina lituana. Para el escudo de la ciudad el monarca ruso usa iconografía tradicional de claro simbolismos: sobre un fondo rojo vemos las anclas cruzadas y las llaves papales –cuya simbología es anterior al cristianismo–; simbolizan la fe, y por metonimia, la flota (creada por Pedro el Grande), que, como las llaves del san Pedro, abre las puertas del Paraíso –desde su construcción a la ciudad se le conoció también como «el Paraíso».
También Volkoff afirma que: «En este sentido, no se puede dejar de considerar a San Petersburgo a la vez como preludio de la historia futura y como la capital simbólica de esa confederación o de ese Imperio que, algún día, se extenderá necesariamente desde Brest a Vladivostok, desde el Atlántico al Pacífico.
Salvo que los países llamados europeos prefieran unos y otros, convertirse en una colonia de América. Frente a esta triste vocación, San Petersburgo simboliza, una vez más, un desafío»[6].
Un cierto legado
El experto en historia rusa, Robin Miller-Gulland escribe, quizás de un poco algo simplista, que una de las consecuencias «ideológicas» del reinado de Pedro el Grande fue «la creencia en que un solo superhombre o un esfuerzo enorme basta para que de repente todo se vuelve mejor»[7]. No es de extrañar entonces que el presidente Putin tenga a la figura de Pedro I como uno de sus referentes.
Hemos hablado de los logros de su reinado, pero, evidentemente, la obra de Pedro I también tuvo aspectos negativos, resistencias y detractores. Los raskolniks, ortodoxos arcaizantes, fueron fácilmente convencidos de que el zar había sido una especia de enviado del Anticristo –un tema tan recurrente en el imaginario ruso−. Como dice Pierre Vial, la política de occidentalización que él inició y que continuó con mano firme Catalina la Grande, fue contestada por los eslavófilos que criticaban el modo de vida cortesano y se negaban rotundamente a que Moscú se intentase asemejar a París. En el fondo una tensión constante en la historia rusa, ¿mirar a Occidente[8] o a Oriente? La solución, también apuntada por Vial, y representada en el águila bicéfala de su escudo –con una cabeza mirando al Oeste y otra al Este−, la contradicción «podría ser sublimada por un gran desafío, con vocación continental e imperial, cuyo pivote sería Moscú. El nombre es Eurosiberia»[9]. En terminología de Julius Evola, diríamos que esa contradicción (Rusia eslavófila o Rusia europea) sólo puede superarse en un plano superior que englobe a los términos en tensión, volvemos a lo mismo: una Rusia euro-eslava, como eje de la unificación continental de todos los pueblos de origen boreal, desde Reykjavik[10] hasta Uelen[11]: una vez más, nuestra Eurosiberia
Enric Ravello.
BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA.
-Libros
Bennassar et alli, Historia Moderna. Ed Akal, Madrid 1980.
Hufton, Olwen, Europa: privilegio y protesta (1730-1789). Col Historia de Europa. Ed. Siglo XXI. Madrid 1983.
Koenigsberger, H.G., El mundo moderno (1500-1789). Col Historia de Europa. Ed Crítica. Barcelona 1991.
Ogg, David, La Europa del Antiguo Régimen (1715-1783). Col Historia de Europa. Ed Siglo XXI Madrid 1987 (6º ed.)
-Guías y atlas.
San Petersburgo. Guías Acento, Madrid 1995.
Rusia. De los zares a los soviets. Altas culturales del mundo. Círculo de Lectores. Ed. Folio, Barcelona 1990.
-Revistas
La Nouvelle Revue d´Histoire, nº5 (abril-mayo 2003): «La Russie et L´Europe».
Terre & Peuple-Magazine, nº24 (solsticio de verano 2005) : «Russie, Eurosibérie, le grand dessein».
-Sitios de internet.
Flags of the world: http://www.crwflags.com
Enciclopedia wikipedia: http://www.wikipedia.org
NOTAS:
[1] Abuelo de Pedro el Grande y primer zar de la dinastía de los Romanov, hijo de Fiador Nikitich, más conocido por el sobrenombre de Filarte, patriarca de Tuchino y descendiente de la familia de los Rurik, los príncipes suecos –varegos− fundadores del Estado de Kiev, primer Estado ruso.
[2] Bandera que veremos reaparecer entre los nacionalistas, legitimistas, imperialistas y varios grupos radicales de derechas (entre ellos Pamiat) en los primeros años de la transición post-soviética. No era infrecuente verla con cruces célticas y con banderas rojas en las manifestaciones del llamado Frente de Salvación Nacional (FSN) y en los actos de la oposición nacional-bolchevique. Después del fracaso del Golpe, la consolidación de Boris Yelsin en el poder, y la desarticulación de esta oposición, volvió a caer en desuso.
[3] El elector de Sajonia era, a su vez, rey de Polonia.
[4] Livonija en letón, Liivimaa en estonio, Livland en alemán, Inflanty en polaco y Liflandiya en ruso.
Habitada por fineses y bálticos, Livonia forma parte –junto con Curlandia- de la actual Letonia, aunque su parte norte pertenece a Estonia. Los livonios hablan un lenguaje propio de la familia báltica, muy similar al de los letones, con los que les unen casi todos los lazos de identidad.
[5] Inkeri en finés, Izhora en ruso e Ingermanland en sueco. La región de Ingria es la actual región de San Petersburgo. Ocupada sucesivamente por fineses, vikingos y eslavos, ha sido territorio de disputa entre Suecia, Finlandia y Rusia. Anexionada a Rusia desde la fecha mencionada, los últimos fines que la habitaban emigraron a Finlandia durante las SGM y las purgas estalinistas. Después del comunismo, a los «ingro-fineses» supervivientes se les ha permitido instalarse en Finlandia.
[6] Vladimir Volkoff, «Saint-Pétersbourg, una fenêtre sur L´Europe». En La Nouvelle Revue d´Histoire. Nº5 (abril-mayo 2003): La Russie et L´Europe
[7] Robin Miller-Gulland, Rusia. De los zares a los soviets. Atlas culturales del mundo. Círculo de Lectores. Ed. Folio, Barcelona 1990.
[8] Obviamente nos referimos a Europa y no a ese Occidente americanizado y de pretensiones mundialistas.
[9] Pierre Vial, «Les racines de l´identité russe » en Terre et Pueple-Magazine, nº24, solsticio de verano de 2005. Russie. Eurosibérie, le grand dessein.
[10] Capital de Islandia, a orillas del Atlántico, cerca del mar Ártico.
[11] En el extremo nororiental de Siberia, a orillas del Pacífico, cerca del mar Ártico.
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